Esto me recuerda a mis mejores años de juventud, cuando por la pelota dejábamos la vida, cuando las gotas de sudor gobernaban en todo mi cuerpo, cuando las primeras bocanadas de frío al salir a la cancha corriendo llenaban mis pulmones, cuando aparecía el estallido de la gente y se congelaban las gargantas rivales. Me lleva hasta las finales, las definiciones más tensas de mi vida, el olor a competencia, el alma llena de furia encopetada en un rectángulo de cemento, pasto o baldoza.
Me trae el recuerdo de la amistad, los recuerdos en sí mismos. Un paso al frente por un compañero, una piña llena de sentimientos y un tumulto al que se suman los amigos.
El anhelo de la tan ansiada victoria, ese título una y otra vez que se nos va, un festejo rival, una bronca que ciega el corazón. Se te fue, te la sacaron, era tuya.
Esto me retrotrae a cuando sentía en carne propia un gol en contra y me enfermaba en busca de los tres palos contrarios, cuando iba a buscar la pelota al fondo de la red para salir adelante. el grito de "Vamos carajo!!!" que llenaba el cuerpo de esperanza.
Volver a empezar, hasta el hartazgo, y cual terco enamorado seguir insistiendo. Porque esta vez no se nos va. No se nos va.
Por supuesto que a la mente me llegan los invitados más odiosos, pero también llega la fiesta, el orgullo y el heroísmo de un compañero cuando metía un gol, el abrazo fraterno e inmaculado, la mejor escuela.
El grito del gol propio, esa sensación de cielo, de agradecimiento al fútbol por haber creado tanto.
La rodilla se dobla, pero no se rompe; la patada más linda del mundo al enganche cuando se va solo; el llanto como poseído cuando, sí, ganábamos un partido.
Esa pelotita tiene que entrar enfrente, sea como sea, pero con orden y tranquilidad, que el resultado es lo que queda en el recuerdo. Un pase, otro pase, y ¡gol! Gol tras gol, uno en contra y dos a favor.
Tenemos la oportunidad. Vamos a cambiar la historia.
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