“Era partido entre semana, y a nadie le quedaba cómodo ir a un partido así. Argentinos no venía bien y Talleres no era un rival importante tampoco”. Carlos Russo, hincha de Argentinos Juniors desde su infancia, trabajaba en la compañía BGH recién recibido de contador y tenía que entregar a su jefe un informe extenso el viernes 22 de octubre de 1976. Tan complejo era que había decidido en un principio faltar al partido del bicho el miércoles 20 contra Talleres de Córdoba.
Ernesto Sczerzewick, su mejor amigo, que no era compañero suyo de trabajo, le insistió para que fuera: “Dale, vayamos, que debuta el pibe”. Pero Carlos se negaba, porque tenía un compromiso demasiado importante. “Si tan difícil es, el jueves me quedo todo el día con vos ayudándote, pero tenés que ir”, lo obligó Ernesto.
Y así fue: Carlos se fue de la oficina a las 16 -siempre se quedaba hasta las 22- y fue a la cancha, “que no estaba llena como todos dicen, sino que había ido la gente de siempre”.
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Al día siguiente, Ernesto cumplió su promesa y lo ayudó a terminar el informe, con una pizza que habían pedido porque no podían dejar de trabajar, y lograron terminarlo.
Igualmente, ni Carlos ni su amigo pudieron disfrutar de toda la etapa de Maradona en el club del que eran hinchas. Argentina se tiñó de sangre en esos años, y a Ernesto, militante comunista, lo desaparecieron en agosto de 1978, cuando lo secuestraron de su casa de Cucha Cucha y Juan Agustín García. Carlos, después de encontrar que su casa había sido allanada y destrozada, decidió exiliarse en Francia, y cuando volvió al país ya era tarde: el pibe de rulos ya estaba jugando en Boca.
Hoy, 35 años más tarde, los vuelve a unir la cancha, porque Ernesto, al igual que Diego, está inmortalizado en una placa que lleva su nombre dentro del estadio.
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