Asado.
Ansiedad. Volvió el fútbol.
Argentinos,
en puestos de descenso. Se debía ganar.
Regreso de
dos ídolos al club. Recibimiento con papelitos, carteles y “Bienvenidos Piscu y
Bichi”.
Aplausos
eternos y reconocimiento de todo el estadio para los bomberos héroes.
Emoción
generalizada.
Partido
fundamental entre equipos que se acompañaban en el último lugar de la tabla de
promedios.
Una buena
jugada del equipo local. Otra. Y otra.
La hinchada
ve al equipo bien y está eufórica.
Olor a
épica. Las nubes cubren ya todo el cielo.
Lluvia, lluvia
y más lluvia.
Un
comentario en la tribuna sobre el gol de Palermo contra Perú bajo la tormenta.
El remate
desde lejos de la nueva y conocida figura, los 110 km/h de velocidad, y el
estallido de la popular de Boyacá.
El diluvio
más fuerte de la historia, hiper recontra chequeado.
La ropa
roja empapada, y la fiesta absoluta.
El segundo
gol, el descuento del rival, la espera interminable, interminable de verdad. No
terminaba más, nunca jamás.
La ovación
a los jugadores, y la sensación de hambre saciado.
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