El amor es más fuerte que cualquier otra droga. Te pega, te deja
lento y te pone contento, como muchas. Pero es más intenso. “Yo me drogo con
una jeringa”, dirá un adicto a la heroína. Yo me drogo con un polvo, dirá un
cocainómano. “Yo me drogo con otra persona”, debería decir un enamorado. Porque
ese efecto dura más tiempo que el de cualquier droga conocida. Es permanente, hasta que sin esperarlo, desaparece. Y lo hace con muchos efectos secundarios:
el despecho, la desilusión, los celos, la angustia, la tortura producida por los recuerdos, y
finalmente el olvido, que es el lugar donde descartamos los restos de esta extraña y vil
droga. Si el amor es legal y todos lo perseguimos buscando el placer de
tenerlo, ¿por qué nos empecinamos en prohibir las demás, si nos llevan a un
lugar parecido?
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