lunes, 7 de noviembre de 2011

Sapo de otro pozo

 Llegar al Hurlingham Club en el tren Urquiza desde Federico Lacroze para ver la final del abierto de polo más antiguo del mundo, con 118 ediciones (esta vez La Dolfina 19 vs Ellerstina 18), fue desembarcar en un escenario imponente: un club gigante lleno de flores, el cielo pintado de celeste y un sol destellante, el olorcito del pasto recién cortado, con autos de primera marca y modelo, me hacía acordar más a una quinta privada un día feriado que a un evento deportivo.


 Todas las personas vestidas como si asistieran a una fiesta de familia aristocrática, las carpas de los diferentes patrocinadores atestadas de curiosos que desbordaban de folletos y regalitos de cada marca. Era un verdadero escenario de alta sociedad.


 Si bien era la final del segundo torneo más importante del mundo, no se vivía con la rivalidad característica y el hinchismo de cualquier otro deporte popular, sino que se respiraba un aire relajado, con los habanos presentes, sobreros estrambóticos y vestidos de alta gama en mujeres que hacían estallar los ojos, pero que se desinflaban con solo abrir el pico, en la platea preferencial.

 Quizá tenga que ver con el estilo de vida que lleva la mayoría de los que fueron a la cancha el sábado por la tarde, donde se regalaban copas de cerveza y repartía un mate (insólito, te lo hacían devolver, en un palco donde la economía de una sola persona superaba el presupuesto destinado a la educación en la Capital). Quizá sea por su forma despreocupada de desenvolverse. Lo cierto es que en el marco de lo que significa una final nunca se escuchó un insulto, ni dentro ni fuera de los límites de la cancha. Aun cuando hubo faltas duras, los protagonistas y el público se trataron con un respeto atroz y casi insoportable. Demasiada tranquilidad, pasividad, amabilidad y todo lo que se te ocurra con -dad.
 Facundo Pieres, por Ellerstina, y a Adolfo Cambiaso, por La Dolfina: dos ídolos particulares. Ídolos porque  tienen una calidad única que les sirve para marcar diferencias en todos los partidos. Cambiaso desde la   experiencia, efectividad y habilidad, y Pieres desde su ambición y potencia. Particulares porque no son dioses  intocables que mantienen una imagen o que cuando termina el partido desaparecen para refugiarse en sus  respectivas casas, sino que son humanos y en eso también el polo marca diferencias: la admiración de los más  chicos hizo que todos se fueran con su bocha firmada, y el respeto de los adultos con los jugadores se hizo  notar cuando sonó la campana (ojo, no faltaron las milf con deseos de chuparle. las medias a “Adolfito”).  

 Después de la entrega de los trofeos y las distinciones, que aplaudieron con un desinterés astronómico, me volví para mi pozo, porque esos sapos, no eran del mismo que yo.

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