martes, 2 de noviembre de 2010

Avellaneda, un barrio de felicidad y angustia

Escribe: Pablo Pilanski.

Jueves 22/12/1983. 18 horas. Clásico de Avellaneda. Última fecha.
Un estadio que explotaba de gente. Gritos, fervor y alegría por un lado,
llantos y desconsuelo por el otro.

La fiebre por ver a un Independiente que llegaba con 43 puntos hizo de un día laboral una fiesta a la que no faltó ningún invitado.

Los anfitriones fueron los hinchas de un rojo puntero que de ganar sería campeón frente a su eterno rival, que ya había perdido la categoría. En la vereda de enfrente, apenas un puñado de simpatizantes del albiceleste.

Había sonado el silbato y todavía ningún hincha del equipo de Bochini cantaba por el campeonato, porque si bien la lógica indicaba que ganaría Independiente, la lógica y el fútbol no siempre fueron de la mano. Quizá fue por eso que cuando Ricardo Giusti marcó el primer gol a los 42 minutos del primer tiempo la gente sacó ese “dale campeón” que llevaban 5 años queriendo gritar. 1 a 0. Ferro y San Lorenzo, los escoltas, a 1 punto, empataban. El rojo no jugaba bien, pero ganaba. Eso era lo que había que hacer. Había que salir campeón, porque eso hundiría más al ya descendido Racing.

Trossero metió el segundo ni bien arrancado el complemento. El ruido ya era ensordecedor. La gente se abrazaba, estaban por darle la vuelta en la cara a la “academia”.

Estaba terminando el encuentro cuando se desató la locura. Unos hinchas entraron a la cancha y le robaron hasta las medias a los jugadores. El partido se tuvo que suspender a un minuto del tiempo reglamentario, pero igualmente terminó. Independiente era el campeón. Todo el mundo ya estaba en el césped.

El equipo de Marangoni y Burruchaga se merecía ese festejo, porque según algunos periodistas, era “el equipo que más se acerca al fútbol que todos queremos y admiramos”.

El rojo, campeón; Racing, a la B.

Avellaneda, un barrio de felicidad y angustia.


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