domingo, 7 de agosto de 2011

Cuentos de mi abuelo, primera entrega: "Secreto de confesión"

Con este cuento empieza una serie de cuentos que escribió mi abuelo Roberto Holstein en la década del '70 y '80. Se podría decir que los escribimos juntos, porque hoy, 30 años después, lo cambio un poquito. Un personaje bohemio, ateo, acérrimo defensor del comunismo, preso político, impregnado del olor a los dos atados de Particulares que fumaba por día, y más que nada con una mente llena de creatividad, sensibilidad y, por qué no, acidez. Con el honor y los principios por sobre todas las cosas, ahora sí: pluma en mano y la tinta en el tintero, para luego pasar, ya listo, a la máquina de escribir Underwood:


Como decía, es un tipo muy agradable y cordial: no lo cuento entre mis feligreses y supongo que no lo voy a contar nunca. Dado que trabaja al lado de la iglesia nos vemos continuamente y se puede decir que somos amigos. Es evidente que el trabajo no le da prestigio social, ni beneficios económicos y ni siquiera lo buscan tanto él como sus compañeros. Simplemente se brindan en esa sala de auxilios que les da más dolores de cabeza que otra cosa. Él dice que
es su tiempo social y así lo usa.

    En mi tarea de párroco, el catequizar es algo intrínseco, pero él decididamente niega la divinidad de todo y solo acepta lo que puede tener valor a nivel del hombre; no tiene agresividad ni ganas de polémica, simplemente así lo siente y lo dice.
    Yo tengo la costumbre de tutear a todo el mundo y la gente toma eso como una actitud simpática, pero guardan siempre una distancia, salvo él, que en cuanto le dije -¿Cómo te va?- me contestó bonitamente -Bien, ¿y vos?-. Me llama “grandote”, “gordito”, o “irlandés pone bombas” salvo cuando estoy con algún parroquiano, que me dice  -padre Juan-.
    Le tengo aprecio porque esgrime una simple consideración, como en el caso de tener en la sala algún accidente grave o un parto, entonces viene volando a decirme que alguien necesita los Sacramentos. Tiene la cultura media de aquel a quien le interesan muchos temas, pero no conoce ninguno a fondo, salvo la natural aptitud de ser agradable. Es un lector apasionado de la Biblia; la despoja de lo sagrado y trata de interpretarla como historia. Es lo que se puede decir, una buena persona.
    Me busca, por lo general, en la casa parroquial. Por eso me llamó la atención cuando lo vi entrar a la iglesia, tan solemne; yo estaba en camisa arreglando unos floreros.
  - Buen día, padre.
  - ¿Qué hacés, cómo te va?
  - Bien, pero necesito confesar.
Casi se me cayó el florero, no era para menos. Estaba serio, pero una llamita le brillaba los ojos.
  - ¿¡Vos!?
  - Sí.
  - Pero si nunca te confesaste.
  - Hace mucho, pero necesito confesar y únicamente con usted.
  - Pero estoy sin hábito.
  - Con hábito o sin hábito puedo confesarle lo mismo.
Dejé el florero y me dirigí al confesionario, besé la estola y me senté. Él se arrodilló afuera y se signó.
  - ¿Cuánto hace que no te confiesas, hijo?
  - Más o menos treinta años, padre.
  - ¿Y qué pecado haz cometido?- le pregunté asombrado.
  - Ninguno, necesito contarte algo y si no es bajo secreto de confesión, no te lo digo.
  - ¿Tan importante es?
  - Para mí ya no, para vos sí.
No lo veía bien por la cortina, pero consiguió intrigarme.
  - ¿Estoy en confesión?
  - Sí, hombre! Qué pasa?
  - ¡El aparatito funciona!
  - ¿Qué aparatito?
  - El del combustible, pues! Hace como un mes que ando gratis. El cachivache funciona perfectamente. Te aseguro que me salió redondo. Tenía razón Juan! Yo tenía razón!
El aparatito? El combustible? Me quedé mudo. Miraba por encima de él fijamente a la mujer que estaba orando en el fondo de la fila de bancos.
    Él tiene un auto tan viejo como el mío y a veces me ayuda con la mecánica y yo a él con la parte eléctrica. Hace unos meses me explicó una teoría que tenía sobre “el combustible universal”, como él le llamaba. A mí también me tientan las cosas muy simples, pero esta era tan absurdamente simple, casi infantil si lo infantil puede ser simple, que era eso, absurda.
    Si, como él lo planteaba, podría ser. Estaba allí desde el principio del mundo. Según el génesis desde antes. Me acuerdo lo que me dijo: -Si puedo separar el agua en sus componentes utilizo el hidrógeno para la mezcla explosiva. Solo se necesita un convertidor y listo. Quizá como está tan a la vista no lo han encontrado-.
   Le dije que sí, que podría ser; pero como siempre andaba con alguna teoría fundada a medias no le di mucha importancia. Pero ahora me decía que funcionaba! Me quité la estola de un golpe, saqué mi pelirroja cabeza y medio cuerpo fuera para verlo y como siempre que me emociono, empecé a hablar en inglés. –No hables en inglés que no te entiendo, tarado. Te digo que funciona. Vení, lo tengo en la puerta.
    Dejé la estola en la silla y lo alcancé. Le puse el brazo en el hombro y su cabeza me quedó bajo la axila. Si era cierto, estaba abrazando al tipo más importante del mundo y también sin dudas a uno de los más ricos. El cacharro estaba allí estacionado.
  -Vamos, dejate de cuentos, eso funciona con nafta y solo con nafta-. Sacó la tapa del tanque y me dijo: -Olé!-. –No, esperá, mejor-. Se metió al auto, que como se le descomponía a cada rato, llevaba encima un taller mecánico. Sacó una lona y una llave. Se tiró debajo sin muchos miramientos y le sacó el tapón. El contenido salió hasta vaciarle y corrió junto al cordón de la vereda; puso el tapón de nuevo y lo ajustó. Mojé un dedo en el charco y lo olí. No tenía olor a nafta! Guardó la lona, la llave y sacó un balde.
  - Tomá, llenalo vos mismo.
  - Fui hasta la canilla, lo llené y con grandes dudas lo volqué en el tanque.
  -Ponelo en marcha. Si te macaneo y tenía nafta se va a parar en dos minutos. Lo que tarda en vaciarse el circuito.
  Me senté y dudé en girar la llave. No podía ser. Sería una revolución mundial. Al fin lo hice y el motor arrancó suavemente, con un ruido fluído. Me qudé con la llave agarrada, contando en voz alta. Conté lentamente hasta doscientos y el motor seguía funcionando como si nada; seguí hasta cuatroscientos. El grito que pegué debe haber sido muy fuerte porque una vieja petisa que paseaba al perro se me quedó mirando. Me bajé, di la vuelta al auto y levanté al petiso en el aire como a una pluma.Casi lo ahogo,
  - Te das cuenta, sos el tipo más rico del mundo! Es el descubrimiento más importante, tanto o más que la bomba atómica. Te das cuenta? Qué vas a hacer?
  - Sí, ya lo sé. Por eso tenía que contártelo en confesión.
Parecía tan tranquilo. El que daba saltos muy poco eclesiásticos era yo con mis cien kilos. Pensé que si lo palmeaba de nuevo, de los nervios, le sacaba el omóplato, así que me contuve. Vio que me faltaba la estola y me dijo alarmado: -Estás sin estola. Vale el secreto?
  - Sí, hombre, vale. Pero qué vas a hacer?
  - Nada.
  - ¡¿Cómo nada?! -Cada vez entendía menos- ¡Eso le pertenece a la humanidad y a vos la guita del mundo!
  -Por eso no voy a hacer nada; o si voy a hacer mucho. Bueno, mirá, te muestro el convertidor. Levantó el capot y allí estaba el “convertidor”: una caja de plástico no más grande que una batería, con cables y caños. Eso era todo. Esa pequeña caja de plástico contenía el secreto más buscado del siglo. Me explicó varias cosas, pero no lo atendí mucho.
  -Bueno, que funciona, funciona. Ahora vamos adentro que te explico. Sigo en secreto?
  -Sí, hombre, si! Pero, al final, qué te importa?
  -Claro que me importa, por eso me aproveché de tu condición de sacerdote para contarte. La tentación es casi inhumana.
    Vaya que tenía razón. Las cifras en pesos que pasaban por mi cabeza pronto superaron mi entendimiento. Y yo ya sabía cómo se hacía en un ochenta por ciento! Si, lo que no me explicó, obvio, fueron las proporciones de la mezcla final, pero eso era lo de menos.
    Nos sentamos en el último banco de la iglesia, de madera y medio avejentado, sucio después de tantos años. El se sentó muy tranquilo, y yo me derrumbé tanto que el banco crujió.
  -Mirá, yo siempre fui un tipo feliz, a lo mejor no muy práctico, pero creo ser una buena persona. Mi mujer es importante en su trabajo. Le dedicó toda su vida a la investigación y a la biología, sin dejar de ser una madre excepcional y está muy bien considerada. Mis hijos son dos chicos sanos, los criamos libres, puros y abiertos. Los encaminamos hacia el amor, la justicia y la comprensión. Y así respondieron: son normales, cada uno con su futuro entrevisto; el varón hacia la música, la chica es maestra y estudia arqueología. Hacen sus cosas con alegría, sacrificio y seriedad. Yo trato de escribir lo mejor que puedo y lo que quiero. Sueño todo lo posible. Me divierto con mis amigos, amo al mundo y sé que hasta algunos me aman. Hasta el perro es alegre y cariñoso. Soy feliz. Todo lo que es bueno y malo al hombre nos es a nosotros. No somos ni queremos ser otra cosa que hombres; pero hombres libres. Estoy conforme con mi destino. No resignado, porque sabés que en cada pelo tengo una revolución. Necesito dinero para vivir, pero no para indigestarme y convertirme en su esclavo. Con mi mujer y mis hijos nos convertiremos en lujosos objetos de vitrina que no se tocan porque se pueden romper. Sólo se miran pero no se usan. Nosotros fuimos fabricados hombres y en esa medida queremos funcionar.
  - Y tu gente, qué dice a todo esto?
  - Mirá, le dimos muchas vueltas al asunto. Sin duda es muy tentador. Mi mujer dijo que era una lástima que hubiera llegado tan tarde; podría haber montado un laboratorio con los más sofisticados equipos y formar científicos, pero comprende que ya hizo lo suyo.   Francisco, un amigo, me dijo: “yo sé lo que me gusta, pero mi camino lo encontraré yo”.
    Si sirvo, sirvo! Si no, ya veremos. Silvia lo pensó mucho. Pensó en la arqueología, que por supuesto el dinero le permitiría solventar trabajos de campo y expediciones. Pero al final también dijo: “yo a las cosas las hago por las mias o no las hago!”.  Como ves, todos estamos de acuerdo.
  -Es increíble. Pero y el invento? Qué vas a hacer? Les pertenece a todos. No te lo podés callar.
  -No te preocupes, ya sé que pertenece a todos y por eso lo voy a divulgar. Es decir ya lo he hecho, pero anónimamente. No tengo ganas de tener mil árabes jurando venganza detrás de mí, ni a los japoneses tratando de liquidarme porque les arruiné el negocio de los super-tanques. No gracias! Pero no creo que me ubiquen. Todas las explicaciones las hice en español, inglés y francés. Les saqué fotocopia a cada grupo de hojas en un negocio distinto y los planos los separé en dos: una corresponde al convertidor y otra a las reformas del carburador. Separadas no sirven para nada. Además las despaché desde correos lejanos y de remitente les puse un baldío. No creo que me encuentren.
  -Y a dónde la mandaste?
  -A revistas científicas y academias de ciencia importantes. Dentro de una semana o a más tardar un mes va a estallar el mundo! Y va a ser lindo balconearlo. Ah y no creas que quedo tan desprotegido. Por cualquier emergencia o si los chicos lo necesitan, me quedan los originales. Espero no necesitarlo, pero si hace falta…
  -Pero y la gloria del descubrimiento? Y los honores?
  -Cada vez que me afeite, me voy a mirar en el espejo y diré: petisito, sos un genio. Y de eso no tendré ninguna duda.    Sé también que traerá aparejado una pila de problemas. Gente momentáneamente sin trabajo y en los lugares donde falta el agua, será más escasa todavía. A cuántos beneficiaré y a cuántos perjudicaré, no lo sé. Sí, que el mundo se liberará del chantaje petrolero, aunque ya encontrarán una nueva forma de esclavizarlo; aunque será un paso adelante. Creo que en historia 2+2 no siempre es cuatro, sino equis, el factor desconocido. Pero te aseguro que el mundo se va a conmover hasta los cimientos. Se van a romper los cuernos entre ellos, pero no lo van a poder silenciar, creo que está bien difundirlo. Será muy interesante saber qué va a pasar. Espero verlo.
    -Y vos?
    - Yo? Seguiré tomando mate bajo la higuera, haciendo bromas en la panadería y hablando pavadas en el café. Dame la penitencia y si es posible la absolución, por favor.
          Penitencia? Le podía dar penitencia? Fue simbólica. Se corrió dos o tres bancos, se arrodilló, inclinó la cabeza y supongo que la cumplió. Yo me quedé sentado sin chistar.
          Cuando salió me dijo: -Chau gordito, te tengo un convertidor preparado. Lo instalaremos en tu máquina el lunes. Cuando todos se maten por conseguirlo, vos andarás lo más pancho por la rúa y sin gastar (sic).
      Sus dos pequeñas manos se perdieron entre las mías. Las mantuvo un rato, las desprendió y me dijo: -Perdoname, te di una carga increíble, pero vos tenés la culpa. Una vez te dije que te consideraba un sacerdote digno y a él se lo conté. Chau.-
    Se subió al autito, que arrancó tan sutil y hermoso como un cachorro en busca de comida, y se fue.

Roberto Holstein - 1976


1 comentario:

  1. muy bueno, de verdad, una grata sorpresa. Fijate de registrarlo para que nadie se lo quede.

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