lunes, 13 de junio de 2011

Sobre entradas misteriosas y emociones por demás


Toda la semana estuve intentando conseguir estar presente. Presente en una ceremonia retroactiva, que intentó devolver algo de lo recibido. Devolverle al homenajeado al menos una porción de la alegría y emoción con que minó todo aquello que pisó.
Y seguía intentando estar ahí, presente.

Era difícil, porque no había más lugar. Pero las cosas que pasan, pasan. Y si no pasan, no pasan. Pero a la suerte hay que acompañarla.
Historia de película, de novela, dirán con cierta razón muchas personas. Pero esto es de vida real, de una vida que cuando "se apagan las cámaras" sigue rodando, que no cambia de personaje porque se acabó el film.
Acaso la mejor caracterización de un personaje, acaso el mejor alumno del método Stanislavsky.
Cuando tenía ocho años mi viejo me vino con una noticia increíble, que nos íbamos a Japón a ver a Boca contra el Real Madrid, y yo le dije: "ah, pensé que me habían comprado la Play". Y la play nunca llegó. En cambio, llegó algo que me quedó y me quedará grabado de por vida: 5 minutos de gloria. 5 minutos de un éxtasis que se transformó en elixir. En mi vida y en la suya, salvando las distancias. Éxtasis para la gente, elixir para él. Y quedará grabada la foto del pase largo de Román.
Yo no creo que seas solamente Loco, sino también el más inteligente. De un loco no se sabe que se puede esperar, y eso causa la sorpresa, pero del más inteligente tampoco, aunque se puede adivinar que en tu cabeza hay una lectura superior.
Y quedará grabada la media vuelta de toda la historia, y quedará grabado el cabezazo récord, la chilena prodigiosa, el heroico "100, 100, 100", el beso al tatuaje de tu brazo, que quedará grabado en tu piel como tu figura en todos nosotros.
Por eso quería estar presente. Presente en la ceremonia final, en la última salida al teatro, a tu teatro.
Y llegó el domingo y llegó la entrada, o algo parecido, aunque sin un cartón que lo demostrara. La espera mata, y una hora esperando al "muchacho de confianza" también. La danza de los kiosquitos que tienen los de seguridad tocó su melodía nuevamente. Y pasé. Pasé al hall de la platea baja. Eso sí, justo antes de la entrada al aula magna había otro control. Me avivé y me fui para otro sector, recorriendo la tribuna por debajo. Y aparecieron los vestuarios, de la nada. Y apareció Chávez, Calvo, y de pronto, un alboroto en la gente que estaba esperando subida a la valla.
Y el discípulo de Bianchi desfiló entre las manos de quienes les rendíamos homenaje. Una mirada y una mano bastaron para completarme. En el día de su despedida, le había podido dar la mano. Era mentira, o un sueño, o un cuentito más del Negro Fontanarrosa.
Había sido real, pero cuando volví a la realidad todavía faltaba ese control, y yo no tenía entrada. Emulando un carnet se puede usar la Monedero, y en el tumulto no se toman el tiempo de mirar a todos.
Pasé. Una vez más pasé. Y como lo recordaba, tal cual lo recordaba, el telón verde horizontal se hizo presente. Todo estaba empezando a alistarse para agradecerle. Y a cada ratito, un poco más.
En cuanto me senté en la platea media, vi que el lugar que quedaba vacío era el 9. Sí, el 9.
Las cosas que pasan, pasan. Y si no pasan, no pasan. Pero a la suerte, hay que acompañarla. Eso, me lo enseñó el homenajeado.

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